jueves, 4 de febrero de 2016

La misericordia, la actitud de Dios con el pecador

Catequesis San Cirilo de Jerusalén


Entonces, dirá alguno, ¿hemos perecido engañados? ¿no habrá salvación alguna? Caímos, ¿podremos levantarnos? (Jer 8,4). Hemos quedado ciegos ¿podremos recuperar la vista? Estamos cojeando, ¿no hay esperanza de que caminemos correctamente alguna vez? Diré en resumidas cuentas: ¿No podremos alzarnos después de haber caído? (cf.Sal 41,9) ¿Es que acaso quien resucitó a Lázaro, con hedor ya de cuatro días (Jn 11,39), no te resucitará vivo también a ti? Quien derramó su preciosa sangre por nosotros nos liberará del pecado para que no claudiquemos de nosotros mismos (cf. Ef 4,19), hermanos, cayendo en un estado de desesperación. Mala cosa es no creer en la esperanza de la conversión. Quien no espera la salvación acumula el mal sin medida; pero el que espera la curación, fácilmente es misericordioso consigo mismo. Igualmente el ladrón que no espera que se le haga gracia llega hasta la insolencia; pero, si espera el perdón, a menudo termina por hacer penitencia. Si incluso una serpiente puede mudar la piel, ¿no depondremos nosotros el pecado? También la tierra que produce espinas se vuelve feraz si se la cultiva con cuidado: ¿Acaso podremos obtener nosotros de nuevo la salvación? La naturaleza es, pues, capaz de recuperación, pero para ello es necesaria la aceptación voluntaria.

Dios ama a los hombres, y no en escasa medida. No digas tú entonces: He sido fornicario y adúltero, he cometido grandes crímenes, y ello no sólo una vez sino con muchísima frecuencia. ¿Me perdonará, o más bien se olvidará de mí? Escucha lo que dice el salmista: «¡Qué grande es tu bondad, Señor!» (Sal 31,20). Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las misericordias de Dios. Tus heridas no pueden más que la experiencia del médico supremo. Entrégate sencillamente a él con fe; indícale al médico tu enfermedad; di tú también con David: «Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi pecado» (Sal 38,19). Y se cumplirá en ti lo que también se dice: «Y tú has perdonado la malicia de mi corazón» (Sal 32,5).

¿Quieres ver el amor de Dios al hombre tú, que hace poco que vienes a las catequesis? ¿Quieres contemplar la benignidad de Dios y la enormidad de su paciencia? Mira el caso de Adán. Es el primer hombre que Dios creó, y pecó: ¿no pudo advertirle de que a continuación moriría? Pero mira lo que hace el Dios que tanto ama a los hombres. Lo arroja del paraíso (pues por el pecado no era digno de vivir allí). Y lo coloca en cualquier lugar fuera de allí (cf. Gén 3,24), para que, al ver de dónde ha caído y a dónde ha sido arrojado, consiga luego la salvación mediante la conversión. Caín, primer hombre dado a la luz, se convirtió en fratricida; maquinador del mal, autor y causante de asesinatos, y primer envidioso, quitó después de en medio a su hermano. ¿A qué pena se le condena?: «Vagabundo y errante serás en la tierra» (Gén 4,12). Grande fue el pecado, pero leve el castigo.

Y ésta fue verdaderamente la clemencia de Dios, pero pequeña todavía con respecto a lo que siguió. Pues piensa en lo que sucedió en tiempo de Noé. Pecaron los gigantes y la maldad se extendió grandemente sobre la tierra (cf. Os 4,2). Por ella se provocó el diluvio: en el año quinientos profirió Dios su amenaza (cf. Gén 6,13). ¿No crees que la benignidad de Dios se extendió durante cien años cuando se podía haber infligido el castigo al momento? Todo lo alargó para dar lugar a la conversión. ¿Acaso no ves la bondad de Dios? Ni siquiera aquellos hombres, si hubiesen recobrado entonces el buen sentido, habrían notado que les faltaba la clemencia divina.

Hablemos ahora de aquellos que se han salvado a través de la conversión. Habrá entre las mujeres quien diga: soy una prostituta, he sido adúltera, manché mi cuerpo con toda clase de lujuria. ¿Qué posibilidad existe de salvación? Observa, mujer, el caso de Rahab, que también para ti hay salvación. Pues si la que se dedicaba a la prostitución abierta y públicamente obtuvo su salvación mediante la conversión, ¿acaso quien abusó de su cuerpo alguna vez antes de haber recibido la gracia no obtendrá la salvación por la penitencia y el ayuno? Date cuenta de cómo se salvó, pues simplemente dijo: «Yahveh, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra» (Jc 2,11). No se atrevía por pudor a decir que era suyo. Pero si deseas recibir el testimonio recogido en las Escrituras acerca de su salvación, tienes escrito en los Salmos: «Cuento a Rahab y a Babilonia entre los que me conocen» (Sal 87,4). Grande es la benignidad de Dios, que en las Escrituras hace memoria incluso de las meretrices. Y no dice simplemente «cuento a Rahab y a Babilonia», sino que añadió lo de «entre los que me conocen». Así pues, los hombres y mujeres pueden obtener la salvación mediante la conversión.

Y aunque todo el pueblo hubiese pecado, ello no supera a la benignidad divina. El pueblo había frabricado un becerro, pero Dios no se arrepintió de su clemencia. Negaron los hombres a Dios, pero Dios no se negó a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13). «Entonces ellos exclamaron: "Estos son tus dioses, Israel"» (Ex 32,4); y sin embargo, según su modo de actuar, el Dios de Israel los custodió. Tampoco fue el pueblo el único que pecó, pues también peco Aarón, el sumo sacerdote. Moisés, en efecto, dice: «También contra Aarón estaba Yahvé violentamente irritado... Intercedí también entonces en su favor y Dios le perdonó» (Dt 9,20). Ya Moisés, suplicando en favor del sumo sacerdote pecador, suavizó la ira de Dios. ¿Y Jesús, el Hijo único que ora por nosotros, no aplacará a Dios? No le impidió a Aarón, a pesar de su culpa, que llegase a ser sumo sacerdote. ¿Te obstaculizará a ti que, por provenir de los gentiles, entres en la salvación? Haz igualmente penitencia tú también, oh hombre: no se te negará la gracia. Adopta después una vida irreprensible: Dios ama verdaderamente a los hombres y nadie puede explicar su clemencia a causa de su dignidad personal: incluso aunque se juntasen todas las lenguas de los hombres, ni siquiera así podrían explicar una parte de su benignidad, es decir, ni siquiera una parte de lo que se ha escrito acerca de la benignidad de Dios para con los hombres. Pero tampoco sabemos además cuánto perdonó a los ángeles, pues también a ellos les perdona, pues realmente sólo existe uno que esté sin pecado, el que nos libra de éste, Jesús. Pero ya se ha dicho suficiente acerca de los ángeles.

1 comentario:

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